XI Congreso Nacional de la Capa, en Valencia
La capa española vuelve a convertirse en un habitual de muchos armarios en invierno. La prenda de abrigo que el televisivo Ramón García ha lucido en las últimas retransmisiones de las campanadas de Nochevieja es objeto de culto por no pocas personas. En Madrid opera desde 1920 una asociación de amigos de esta prenda. Su alter ego valenciano se constituyó hace algo menos de un año. El abogado Carlos Verdú preside la Asociación Valenciana de Caballeros de la Capa Española, que pretende devolver a las calles un complemento que lucieron personajes de la talla de Pablo Picasso, Rodolfo Valentino, Gary Cooper, Yul Brinner o Federico Fellini.
Tradicionalmente de paño bejarano y con botones charros de Salamanca, la prenda española por antonomasia estaba amenazada de extinción, aunque resistió los envites de las nuevas modas. Fue a mediados del siglo XIX cuando, poco a poco, dejaron de utilizarse estas piezas que han acompañado a los españoles a la conquista del Nuevo Mundo, han alimentado numerosas obras de literatura y han favorecido amoríos y asesinatos. Precisamente para combatir la rebelión del pueblo madrileño a mediados del siglo XVIII, el marqués de Esquilache prohibió el uso de la capa larga y del sombrero de ala ancha. Según argumentó, se podían esconder entre los ropajes todo tipo de armas y, además, favorecía el anonimato. Tal era el arraigo en la época de la prenda que la decisión desencadenó una auténtica revuelta popular. La mala fama de Esquilache se perpetúa hoy y, muestra de ello, los capistas valencianos tienen un retrato boca abajo que preside sus reuniones.
Hoy, las capas salen cada vez más del armario. "Hay que pasearlas; la capa es cultura", subraya Carlos Verdú. Y no sólo son para las grandes ocasiones, sino que son adecuadas también para diario. "Es cómoda, confortable y fácil de llevar", apunta. Además, el precio tampoco es un obstáculo. Una hecha a medida puede costar entre 500 y 600 euros.
A fomentar el uso de la prenda contribuyen asociaciones como la valenciana, que en 2009 se enfrenta a un importante reto: organizar el XI Congreso Nacional de la Capa, que se celebrará en Valencia a finales de octubre. Según explica Carlos Verdú, para esa fecha la entidad pretende alcanzar el centenar de socios (actualmente son 50, aunque están a punto de ingresar 27 neófitos), y reunir en la capital del Turia a alrededor de 700 personas, todas ellas, claro está, enfundadas en sus capas.
Comité de honor
Otro de los que pasean habitualmente la capa es Jaime de Marichalar, duque de Lugo, por ello los capistas valencianos quieren que sea uno de los que integre el comité de honor del XI Congreso Nacional de la Capa, junto al Rey Juan Carlos, autoridades valencianas como el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, y la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, o el presentador Ramón García.
En este encuentro se podrán ver los diferentes estilos. Está la madrileña o pañosa, cuello bajo y embozo de terciopelo de colores; la castellana o parda, de paño pardo o marrón y con grandes broches; la catalana, de amplios vuelos y capilla galoneada, y la andaluza, de esclavina más corta y de menor longitud. Al grupo, como no, se une la capa valenciana, de cuello alto y larga hasta los tobillos. Las hay para hombres y mujeres, aunque en la asociación valenciana, de momento, sólo hay integrantes masculinos. En otras regiones, como Castilla-Léon, donde las asociaciones incluyen también a féminas, el frío invernal ha jugado a favor de que el uso de la capa se haya extendido.
Pero si se piensa bien, reflexiona Carlos Verdú, las capas están más arraigadas en la sociedad de lo que se puede imaginar. Superman luce una y, sin necesidad de recurrir a la ficción, el Papa también la usa. Antes que los caballeros del Siglo de Oro Español (mitad S. XVI y XVII), la indumentaria fue vestida ya por los celtíberos, que se tapaban con una especie de manto o capilla; posteriormente, los romanos la adaptaron -está extendida la imagen, gracias a las superproducciones de Hollywood, de los soldados vistiendo capas rojas- y los árabes aportaron también su granito de arena con sus albornoces (con capucha). Fue en la edad Media cuando su uso se extendió entre la nobleza, el clero y la plebe.
Héroes de ficción como el capitán Alatriste, nacido de la pluma de Arturo Pérez-Reverte, han puesto de actualidad últimamente la vestimenta. Como curiosidad, la web de la entidad valenciana de amigos de la capa (www.lacapaespañola.es) ha utilizado su imagen para el fondo del enlace y el escritor será -al menos es la intención del presidente- uno de los invitados a las jornadas culturales que pretende organizar la asociación.
Junto a la faceta cultural, la asociación se marca seguir el ejemplo solidario de su patrón, San Martín de Tours (en un frío día de invierno, partió su capa para compartirla con un mendigo), y constituir una ONG para realizar acciones de ayuda social.
La visión actual
No es extraño que los diseñadores pongan el punto de mira en prendas tradicionales para darles aires nuevos. España es particularmente rica en exportar ideas. Los volantes se han paseado por las principales pasarelas de la mano de John Galliano (para Christian Dior) o Ungaro.
¿Hace bien o mal al diseño tradicional? Hay opiniones para todos los gustos; desde las que aseguran que todo ayuda a normalizar la imagen de la capa a quienes creen que se desvirtúa el original. ¿Pero los sastres qué piensan? Vicente Moret ha mamado la profesión casi desde la cuna. Este valenciano, considerado uno de los mejores sastres de alta costura de España, asegura que un profesional de la costura que se precie debe saber confeccionar prendas tradicionales, como la capa, pero por desgracia son patrones que, poco a poco, se están perdiendo junto con los cada vez más escasos artesanos de la aguja.
Moret ha diseñado numerosas capas, dos recientemente para presentarlas a concurso dentro del Congreso de Sastres y Modistas Artesanos, celebrado en Zaragoza en julio, y en el certamen valenciano, en octubre.
Para representar a la Comunitat en el certamen nacional no eligió una capa al uso. Innovó, manteniendo los cánones de la prenda, y creó una capa femenina. Tuvo tal éxito que, además de conseguir el diploma de honor, obtuvo un premio aún mayor: su capa cuelga del vestidor de la princesa Letizia. A propuesta de Moret, el presidente del Congreso Nacional de Sastres la ofreció como regalo de toda la profesión, algo que aceptó la Casa Real. "Ahora espero que se la ponga", apunta.
Moret no sólo confecciona capas, sino que también las usa. Conserva una, que acumula más de 80 años, que ya perteneció a su padre, e incluso ha elaborado un decálogo sobre su uso. Incluye, por ejemplo, normas para sentarse -hay que recoger el máximo de tela por detrás y posarla sobre los muslos- o para un cóctel, donde se debe doblar un lado sobre el hombro para deja el brazo libre.
Tradicionalmente de paño bejarano y con botones charros de Salamanca, la prenda española por antonomasia estaba amenazada de extinción, aunque resistió los envites de las nuevas modas. Fue a mediados del siglo XIX cuando, poco a poco, dejaron de utilizarse estas piezas que han acompañado a los españoles a la conquista del Nuevo Mundo, han alimentado numerosas obras de literatura y han favorecido amoríos y asesinatos. Precisamente para combatir la rebelión del pueblo madrileño a mediados del siglo XVIII, el marqués de Esquilache prohibió el uso de la capa larga y del sombrero de ala ancha. Según argumentó, se podían esconder entre los ropajes todo tipo de armas y, además, favorecía el anonimato. Tal era el arraigo en la época de la prenda que la decisión desencadenó una auténtica revuelta popular. La mala fama de Esquilache se perpetúa hoy y, muestra de ello, los capistas valencianos tienen un retrato boca abajo que preside sus reuniones.
Hoy, las capas salen cada vez más del armario. "Hay que pasearlas; la capa es cultura", subraya Carlos Verdú. Y no sólo son para las grandes ocasiones, sino que son adecuadas también para diario. "Es cómoda, confortable y fácil de llevar", apunta. Además, el precio tampoco es un obstáculo. Una hecha a medida puede costar entre 500 y 600 euros.
A fomentar el uso de la prenda contribuyen asociaciones como la valenciana, que en 2009 se enfrenta a un importante reto: organizar el XI Congreso Nacional de la Capa, que se celebrará en Valencia a finales de octubre. Según explica Carlos Verdú, para esa fecha la entidad pretende alcanzar el centenar de socios (actualmente son 50, aunque están a punto de ingresar 27 neófitos), y reunir en la capital del Turia a alrededor de 700 personas, todas ellas, claro está, enfundadas en sus capas.
Comité de honor
Otro de los que pasean habitualmente la capa es Jaime de Marichalar, duque de Lugo, por ello los capistas valencianos quieren que sea uno de los que integre el comité de honor del XI Congreso Nacional de la Capa, junto al Rey Juan Carlos, autoridades valencianas como el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, y la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, o el presentador Ramón García.
En este encuentro se podrán ver los diferentes estilos. Está la madrileña o pañosa, cuello bajo y embozo de terciopelo de colores; la castellana o parda, de paño pardo o marrón y con grandes broches; la catalana, de amplios vuelos y capilla galoneada, y la andaluza, de esclavina más corta y de menor longitud. Al grupo, como no, se une la capa valenciana, de cuello alto y larga hasta los tobillos. Las hay para hombres y mujeres, aunque en la asociación valenciana, de momento, sólo hay integrantes masculinos. En otras regiones, como Castilla-Léon, donde las asociaciones incluyen también a féminas, el frío invernal ha jugado a favor de que el uso de la capa se haya extendido.
Pero si se piensa bien, reflexiona Carlos Verdú, las capas están más arraigadas en la sociedad de lo que se puede imaginar. Superman luce una y, sin necesidad de recurrir a la ficción, el Papa también la usa. Antes que los caballeros del Siglo de Oro Español (mitad S. XVI y XVII), la indumentaria fue vestida ya por los celtíberos, que se tapaban con una especie de manto o capilla; posteriormente, los romanos la adaptaron -está extendida la imagen, gracias a las superproducciones de Hollywood, de los soldados vistiendo capas rojas- y los árabes aportaron también su granito de arena con sus albornoces (con capucha). Fue en la edad Media cuando su uso se extendió entre la nobleza, el clero y la plebe.
Héroes de ficción como el capitán Alatriste, nacido de la pluma de Arturo Pérez-Reverte, han puesto de actualidad últimamente la vestimenta. Como curiosidad, la web de la entidad valenciana de amigos de la capa (www.lacapaespañola.es) ha utilizado su imagen para el fondo del enlace y el escritor será -al menos es la intención del presidente- uno de los invitados a las jornadas culturales que pretende organizar la asociación.
Junto a la faceta cultural, la asociación se marca seguir el ejemplo solidario de su patrón, San Martín de Tours (en un frío día de invierno, partió su capa para compartirla con un mendigo), y constituir una ONG para realizar acciones de ayuda social.
La visión actual
No es extraño que los diseñadores pongan el punto de mira en prendas tradicionales para darles aires nuevos. España es particularmente rica en exportar ideas. Los volantes se han paseado por las principales pasarelas de la mano de John Galliano (para Christian Dior) o Ungaro.
¿Hace bien o mal al diseño tradicional? Hay opiniones para todos los gustos; desde las que aseguran que todo ayuda a normalizar la imagen de la capa a quienes creen que se desvirtúa el original. ¿Pero los sastres qué piensan? Vicente Moret ha mamado la profesión casi desde la cuna. Este valenciano, considerado uno de los mejores sastres de alta costura de España, asegura que un profesional de la costura que se precie debe saber confeccionar prendas tradicionales, como la capa, pero por desgracia son patrones que, poco a poco, se están perdiendo junto con los cada vez más escasos artesanos de la aguja.
Moret ha diseñado numerosas capas, dos recientemente para presentarlas a concurso dentro del Congreso de Sastres y Modistas Artesanos, celebrado en Zaragoza en julio, y en el certamen valenciano, en octubre.
Para representar a la Comunitat en el certamen nacional no eligió una capa al uso. Innovó, manteniendo los cánones de la prenda, y creó una capa femenina. Tuvo tal éxito que, además de conseguir el diploma de honor, obtuvo un premio aún mayor: su capa cuelga del vestidor de la princesa Letizia. A propuesta de Moret, el presidente del Congreso Nacional de Sastres la ofreció como regalo de toda la profesión, algo que aceptó la Casa Real. "Ahora espero que se la ponga", apunta.
Moret no sólo confecciona capas, sino que también las usa. Conserva una, que acumula más de 80 años, que ya perteneció a su padre, e incluso ha elaborado un decálogo sobre su uso. Incluye, por ejemplo, normas para sentarse -hay que recoger el máximo de tela por detrás y posarla sobre los muslos- o para un cóctel, donde se debe doblar un lado sobre el hombro para deja el brazo libre.
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